martes, 18 de agosto de 2009

Encuentros cercanos del tercer mundo

Pocas personas siguen apareciendo en las protestas. Insisto que las sigo entendiendo porque es difícil ver más de cinco o diez mil personas en un estadio cuando un equipo pierde una y otra vez, por goleada, con el árbitro robándolos y con la Federación modificando reglas para favorecer a los rivales. No es fácil apoyar al que siempre pierde, al que ha oído tantas veces discursos esperanzadores sin metas, al que es constantemente aplastado.

Sí me molesta mucha gente que escribe y escribe, habla y habla, y a la hora de la verdad uno no la ve en ningún lado. Éramos pocos concentrados en Colegio de Ingenieros para ir el pasado jueves a la Asamblea Nacional. Cuando llegaron algunos dirigentes cambió el plan y llegamos por metro. No sé si estaba pensado o no, pero cuando salimos en La Hoyada aparecimos por delante de la PM. Los driblamos. Curiosamente, ellos estuvieron, por un instante, reteniendo a los oficialistas. Pasaron algunos minutos y cuando vi que el movimiento se detenía a la altura del Banco de Venezuela asumí que por enésima vez estaban ahí otros cuerpos de seguridad, pero no. Eran otros oficialistas quienes retuvieron a los opositores. Pronto, sin embargo, llegó la PM con su ballena, sus lacrimógenas y demás.

Aún así, el plan no les salió bien porque cuando los chavistas intentaron rodear a los "universitarios", los de azul activaron sus gases, y hasta conocidos líderes socialistas (como el tal Moronta) tuvieron que huir junto a los "escuálidos" de los intoxicantes vientos.

De los pocos miles quedaron pocas decenas para el segundo envión. Poco a poco, con gran lentitud y sin liderazgo real (a pesar de que estábamos entre los Sánchez, Mejía, Pizarro, etc), volvimos al metro y a la estación El Silencio. Ahí nos encontramos con otro lote de manifestantes en contra de la Ley, al lado, esta vez sí, de la Asamblea Nacional. Enfrente, cientos de PM y cientos de oficialistas (los que antes recibieron la asistencia policial para utilizar nuestra vía).

La única vía de escape se fue cerrando: conocidos grupos armados envolvían a los pocos opositores entre los gases y las armas. Con motos provocaban a jóvenes y adultos que muy poco podíamos hacer. Apenas una vía lateral mostraba esperanzas de escape. Al rato, lo esperado: gas al aire y estampida. Bien ubicado me fui por ese lateral unos cientos de metros, pasando entre policías que estaban desparramados.

Sin saber bien a dónde ir, me paré en la esquina, cerca de un policía. El amigo PM me llamó. Con tono amenazante preguntó qué tenía en mi koala (el cual me guindaba del pecho y que más nunca volveré a llevar a este tipo de eventos). Con miedo y sin tenerle confianza empecé a decir con fuerza que no tenía nada, y abría nerviosamente los cierres. El oficial no tuvo mejor idea que agarrar mi koala y amenazarme con sacar su pistola, la cual asomaba por debajo de su chaleco. Asumí que su plan era muy sencillo y le daría honores televisivos con El Aissami: colocar su armamento en mi koala y detener a un oposicionista armado.

Por suerte, una anciana comenzó a gritarle al PM, haciéndole perder la atención, dándome chance de agarrar mi koala y correr cientos de metros sin destino alguno con el corazón muy alevestrado.

Es curioso que uno habla mucha pendejada, que si las cosas se ponen peor, que si salgamos todos y nos quedamos en la calle toda la vida, etc, etc, pero cuando las cosas pasan en verdad, cuando existe una represión fuerte, cuando se nota la absoluta inexistencia del Estado de Derecho, cuando notas contra quién te enfrentas, todo se aclara, o mejor dicho, se oscurece por completo.

Para todos aquellos que en Twitter, Facebook, por mensaje de texto o llamando a Aló, Ciudadano, hablan alzaditos, diciendo que hay que salir con bolas, los invito realmente a salir, a ver lo que es el grupo La Piedrita, lo que es la Policía Metropolitana, lo que es estar en una calle con supuestos enemigos por todos los rincones y sin nada para protegerte. Cuando realmente cumplan parte de lo que dicen, quizás se den cuenta de su estupidez.

Por cierto, y obviamente rechazando lo que le pasó a los periodistas de la Cadena Capriles, sería bueno que, como intentamos hacer en este blog, viéramos más allá de nuestro alrededor, y de lo que nos pasa a nosotros. Pareciera que el jueves pasado no existieron abusos más allá de a los doce colegas. Apenas se mencionaron las personas golpeadas cerca de la Asamblea, las intoxicadas dentro del Metrocenter y las que, como yo en este caso, sufrieron el abuso policial. Insisto, los doce comunicadores tienen muchísima facilidad para denunciar todo, ¿pero qué pasa con el resto? Ahora sí encendieron muchos las alarmas, cuando ataques como los de ese día en contra de ellos vienen ocurriendo hace semanas, meses y años en este país.

Recordemos a Martin Niemöller, aunque sea un lugar común:
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos,no protesté, porque yo no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.

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