domingo, 8 de noviembre de 2009

El día que cambió a medio mundo


Unos pocos pasos de miles de alemanes bastaron el 9 de noviembre de 1989 para cambiar la historia. Personas normales fueron perdiendo el miedo con el paso de los minutos, y se aglomeraron antes rejas, muros y barreras militares que por años habían dividido su gentilicio en dos.

En algunos casos, sólo tuvieron que ir de su apartamento a la siguiente calle para finalizar un régimen opresivo que por décadas se había establecido en Europa. Esa Europa culta, brillante, ejemplar, segura, limpia, bonita, desarrollada que hoy conocemos, hace apenas 20 años, ya cuando la mayoría de los que leen esto habían nacido, estaba dividida en dos, con un muro de menos de cinco metros como mejor muestra física de tal separación.

1989 fue tumbando poco a poco una de esas divisiones, con sus regímenes de partido y pensamiento único, de represiones, de intentos de escape, de carencias y poco desarrollo. Los gobernantes mismos fueron cambiando de parecer, los habitantes se fueron cansando de que pensaran por ellos, y la otra división de Europa, daba sus empujoncitos para unificar finalmente lo que desde la Segunda Guerra Mundial estaba roto.

Cayeron los dictadores, se replegaron los militares, cayó el comunismo, y apareció la esperanza, la variedad y los grandes retos que, en su mayoría, Europa pudo superar.

Hoy, cuando la crisis económica acecha, cuando el desempleo crece, cuando algunos muy ricos estafan y hunden a los más pobres, nadie habla de volver a ese pasado. Los socialistas europeos apuestan al progreso, se entrelazan con empresas privadas y trasnacionales, y ni los "post-comunistas" se atreven a hablar de un sistema de partido único.

Sin embargo, ese muro que cayó en Berlín en 1989 no retumbó en todo el planeta. Ya antes, cuando algunos chinos intentaron derribar sus propias barreras, la fuerza militar se impuso, y los gobernantes no se mostraron dispuestos a cambiar.

La Unión Soviética se deshizo, así como su cortina de hierro en Polonia, Rumania, Hungría, los países bálticos y Alemania Oriental, pero el efecto no llegó a Cuba y América Latina, que por ese entonces buscaba construir su democracia luego de años de gobiernos militares derechistas.

Esa democracia que intentó asegurarse que ningún individuo se eternizara en el poder, que intentó institucionalizar a las Fuerzas Armadas, que buscó maneras para consolidarse, pero que sucumbió muy pronto ante las grandes desigualdades y la corrupción reinante.

Esas democracias que con el paso del tiempo se fueron acercando a la Cuba comunista, que le dejaron de exigir libertades y derechos humanos a la isla, que olvidaron el rápido desarrollo de Europa tras el final de la guerra fría, y fueron creando caminos legalmente manipulables para construir de facto un sistema de partido único.

Seguramente poco celebrará América Latina el final de esa pesadilla que fue el muro. Sus múltiples gobernantes autoritarios poco podrían alabar a Margaret Thatcher, Ronald Reagan o Helmut Kohl, ni mucho menos al "traidor" de Gorbachov.

De este lado del mundo parece que siguen siendo los caudillos militaristas y el papá Estado el que va a resolverle todos los problemas a los habitantes, aún cuando éstos sacrifiquen sus iniciativas, sus ideas y parte de su libertad para ello.

Como en muchos medios se ha dicho, nuestro muro no ha caído. La guerra aquí sigue siendo fría, y su epicentro no ha sido del tamaño, poder o la influencia de una Unión Soviética, sino de una mínima isla, empobrecida y que sólo ha subsistido a través de dádivas de sus amigos del momento.

El peligro es que desde ahí se ha trasladado a un Petro-Estado, que con el paso del tiempo ha sabido enriquecerse y crear su propio Pacto de Varsovia. La lección no ha sido aprendida, y la división no la marca un muro pero es cada vez más notable. Unos tratan de alertar a los otros, pero no terminan de convencerlos, y lamentablemente, la experimentada Europa poco hace para acabar con esta "Guerra caribeña", en la que cada vez más se habla de armas, fuerzas militares y atentados.

Si veinte años no han sido suficientes para aprender, y Berlín aparenta estar demasiado lejos de Latinoamérica... ¿Tendrá que caer el muro de La Habana para que esta mitad del planeta vea las marcas del comunismo?