lunes, 24 de septiembre de 2012

Guerra Sucia


Publicado en www.blogsdepolitica.com (España)

Seguramente una proporción muy grande de quienes alrededor del mundo están interesados en la política venezolana, al día de hoy piensan y están convencidos de que el próximo 7 de octubre, Hugo Chávez será electo, una vez más, Presidente de la República Bolivariana. Basarán tal convencimiento en las noticias que llegan desde el norte de Sudamérica: encuestas que le dan amplia ventaja, dirigentes opositores que salen públicamente a criticar al candidato Capriles Radonski, partidos que le retiran su apoyo o aliados cercanos atrapados en presuntos casos de corrupción.

Nosotros, dentro de la propia Caracas, no podemos ir vehementemente en contra de tal convencimiento exterior, y es posible que incluso algún grupo de personas que no piensa votar por Chávez, crea igualmente que él volverá a ser el ganador. Sin embargo, la realidad está muy lejos de ese gran show que ha montado el chavismo durante esta campaña electoral, la más dura que ha tenido que enfrentar, en la que se juega su futuro y por la que ha arreciado sus conocidas estrategias de guerra sucia.

Como ya lo mencionamos en un post anterior, las encuestas en Venezuela no parecen funcionar para determinar lo que ocurrirá en dos domingos. Hay encuestadoras aliadas del gobierno, que no son transparentes con sus funcionamientos, que basan su existencia en declarar vagos números en los canales del Estado (totalmente dominados por el partido de gobierno, PSUV) y que son dirigidas por antiguos funcionarios o asesores del gobierno de Chávez. Son esas las que le dan una ventaja sólida al candidato oficialista, y son las que muchas veces vemos reseñadas en el exterior.

Están otras, más respetadas, que a pocos días de la elección siguen mostrando un altísimo porcentaje de indecisos, algo que no se ve muy a menudo, mucho menos en una elección tan polarizada como la venezolana. Esas también le dan ventaja a Chávez aunque siempre lo han colocado por debajo del 50% de los apoyos y su número de indecisos es mayor a la diferencia entre los dos candidatos.

Finalmente están las menos sonoras, que le dan una leve ventaja a Capriles y cuyos números parecieran mucho más cercanos a la realidad que vive el país desde 2010, cuando la oposición obtuvo más votos que el gobierno.

Pero los verdaderos ataques han sido otros. Desde el 3 de septiembre el oficialismo a través de sus medios (que oficialmente son ‘de todos los venezolanos’), lleva adelante una campaña de desprestigio hacia la oposición y su abanderado. Si bien esa ha sido la base de su programación por años, la evidente paridad en esta elección los ha llevado a otro nivel: buscar propios dirigentes de oposición que critiquen las posturas de Capriles.

Así han desfilado David De Lima (ex gobernador, desaparecido de la primera línea política por años), el diputado William Ojeda (quien denunció en febrero pasado que había ocurrido un fraude en las elecciones primarias para la alcaldía del Municipio caraqueño de Sucre), y el abogado constitucionalista Hermán Escarrá. A los tres los unen varios detalles: fueron en algún momento parte del chavismo, han tenido rencillas internas con dirigentes opositores, en sus declaraciones no rompen con Capriles y su equipo y se muestran ambiguos ante el 7O, y lo más importante, sus críticas van dirigidas hacia un documento no oficial, que dicen ellos es el plan secreto de un posible futuro gobierno, pero que contradice todos los planteamientos que ha llevado la oposición por el país desde febrero pasado.

Curiosamente, tal documento “oculto” es una copia del guión que ha utilizado el chavismo por años para infundir miedo entre el electorado: privatización masiva de todas las empresas del Estado, despido de trabajadores públicos, cierre de programas sociales. Un plan absolutamente innecesario en la Venezuela de bonanza petrolera en la que vivimos, y que ni el más torpe dirigente político se atrevería a redactar.

Luego apareció la más reciente creación del gobierno y sus medios: una grabación de un diputado opositor recibiendo dinero en efectivo de un empresario en un apartamento, tras una breve conversación sobre la campaña. Poco o nada se ha hablado de que tal grabación (con 3 cámaras) y su divulgación vayan en contra de la Constitución, ni de por qué el gobierno esconde la identidad del interlocutor. Tampoco se ha hablado de que lo que hace el diputado no es, al menos de entrada, ilegal: en Venezuela el Estado no aporta dinero a las campañas por lo que todo el dinero que se usa es privado, y en ningún momento el diputado comenta en el video que decidirá algo a cambio de tal respaldo monetario. Aun así, la Opinión Pública juzgó al parlamentario en desgracia y el oficialismo lo trata como un claro criminal corrupto, supuesta muestra de lo que ocurriría en el país de ganar Capriles.

Es cierto que aun dentro del país y analizando todas las encuestas no se puede negar la posibilidad de triunfo de Chávez, pero también parece claro que estos ataques del oficialismo no se tendrían que dar si su ventaja a estas alturas fuera de 25 puntos porcentuales. El problema del gobierno actual es que su candidato, el siempre enérgico e incansable Chávez, sigue muy disminuido por su reciente cáncer, y aunque tal tema ni siquiera se mencione, es claro protagonista de la campaña por las pocas apariciones del Presidente, sus cortos discursos y los frecuentes días en los que no se le ve.

Un contraste demasiado notable con Capriles, quien, a sus 40 años, ha recorrido nada menos que 270 pueblos desde el pasado 1ro de julio, en los que ha caminado, trotado, montado a caballo, sufrido con el sol y la lluvia, en un agotador esfuerzo por superar la maquinaria comunicacional y económica del chavismo, con 14 años de mandato en una democracia cada vez más débil.

¿Quién ganará? No lo puedo adelantar, pero es muy claro que la distancia será corta, mínima quizás, y que demostrará las dos claras mitades en las que se divide el país, con una oposición que ha ido en constante aumento electoral desde 2006, y un chavismo en decadencia, víctima de su sectarismo e ineficiencia, en un país que se inunda tanto de petróleo como de asesinatos, problemas eléctricos e inflación.