Aun dando por ciertos y legítimos los resultados que
emitió el Consejo Nacional Electoral, la Venezuela que comienza hoy es otra. Que
en seis meses desde la última elección, un mes desde la muerte del ex
Presidente Chávez, tres semanas desde sus últimos actos funerales y 10 días desde
el inicio de la campaña un candidato haya podido quitarle 1,4 millones de votos
de ventaja a un Estado completo que trabajó ilegalmente para una reelección, es
algo casi único en la historia democrática a nivel mundial.
La amplia mayoría de quienes hicimos análisis y
pronósticos previos a esta elección nos equivocamos: planteamos una posible
victoria de Henrique Capriles en una abstención muy alta del chavismo y un
mantenimiento de los votos por parte del líder opositor. Sin embargo, el pueblo
venezolano superó el miedo: casi 700 mil votos perdió el oficialismo desde la
elección de octubre y casi 700 mil votos ganó la oposición desde aquella fecha.
El voto migró, no se quedó callado.
En apenas un mes, el legado del “Comandante Supremo”,
ese semidios que sus más fieles consideran que fue Hugo Chávez se esfumó: fue
vapuleado por sus más cercanos colaboradores, echado a la borda por una campaña
imprecisa, por un candidato débil, sobreactuado, sin discurso propio, quien
prefirió hacer de sus mítines una fiesta y se olvidó del luto que por pocos
días reinó tras la muerte de su “padre”.
Errada la campaña y vistas las fallas del candidato,
el Estado chavista fue el protagonista: 5 canales de televisión nacionales (y
cientos de emisoras de radio) que silenciaron a la oferta alternativa, y la
denigraron cada vez que pudieron, una maquinaria de millones de dólares de
petróleo, ministerios, gobernaciones, alcaldías y empresas públicas puestas a
la orden de una candidatura, complementadas por las amenazas diarias de los
líderes militares, autodeclarados revolucionarios, socialistas y chavistas.
La gente se cansó, y aunque quizás la mayoría (a la
espera del posible reconteo) no genere el cambio de gobierno, las miles de
irregularidades documentadas a lo largo del país dejan claro que quien asumirá
como Presidente hasta 2019 no tiene la legitimidad que requiere para gobernar a
un país completo. Que su ventaja de 200 mil votos huele a amenaza, a miedo, a
chantaje, a incidentes, a millones de dólares de un partido que es gobierno y
que es Estado.
Nicolás Maduro inició la campaña oficial el 2 de
abril con 17 puntos de ventaja en las encuestas. A la semana su ventaja era de
10 puntos, y para el jueves previo a la elección las encuestadoras mostraban un
descenso que, de mantenerse, llevaría al escenario que al final se dio. Una
caída diaria brusca, que hace pensar que en una semana, el resultado habría
sido distinto.
Aun si se recuentan todos los votos y se supera la
encrucijada actual con Maduro de Presidente, su forma de gobierno tendrá que
cambiar. Quizás Chávez pudo hacer casi todo lo que le diera la gana, pero el
chavismo sin Chávez ha sido el gran derrotado: podrán continuar con el legado
del “Comandante” pero no con sus formas, a él el pueblo se las perdonó y
aplaudió, a Maduro no. El PSUV tendrá que analizar los números y evitar que el
traspaso de votos continúe, para poder mantenerse en el mediano plazo como una
opción política viable, porque ya no hay un pueblo al que tienen que reactivar,
es un pueblo al que tienen que recuperar.
Maduro deberá mostrar la habilidad política que tiene
y que no mostró durante estos días, porque enfrente tiene a medio país que
quiere cambio y una situación económica muy frágil. Adentro tendrá decenas de
críticos quienes lo responsabilizarán de haber perdido en tan poco tiempo una
ventaja tan amplia como la que le dejó Chávez.
La oposición también debe ser cauta. Exigir el
reconteo de los votos (que ya piden la OEA y la Unión Europea) sin caer en los radicalismos
que la dominaron entre 2001 y 2005. Con un liderazgo como el de Capriles se
está tan cerca de ser gobierno que el camino debe ser el mismo que se ha
llevado hasta ahora: unidad, confrontación sin dejar de reconocer al rival, y
ahora más que nunca exigencia de ser tomado en cuenta por un gobierno que
quiere ser el 100% y hoy no representa ni al 51% de los venezolanos. Tener en
mente la hazaña increíble de sumar 700 mil votos seis meses después de una
dolorosa derrota ante un Estado todopoderoso.
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