Es una respuesta conocida, repetida en cada
acontecimiento que no cumple plenamente las expectativas del chavismo
gobernante. Una negación inicial ante cualquier rumor, noticia o acusación de
error cometido, seguida por la búsqueda de algún culpable externo para explicar
tal fallo, complementada por un aluvión de declaraciones que contradicen que
tal error haya sido determinante, y una campaña mediática llena de imágenes
simbólicas para mostrar que ya todo pasó.
Así ha “resuelto” el gobierno nacional los problemas
en la última década y así ha sabido mantener sus altos niveles de popularidad.
Es por eso que la inseguridad reinante en el país no pasa la factura que
debería a los dirigentes. Han intentado hacerla pasar desapercibida o achacarla
a gobernadores regionales, han puesto en televisión decenas de detenidos por el
CICPC y nuevas patrullas policiales, y se han reído ante las cifras que
comparan a Caracas con Ciudad Juárez.
El uso mediático para desmentir la realidad y crear
otra ha servido desde 2002, cuando, según la versión oficialista, todo lo
acontecido en abril tuvo que ver con algunos pocos miembros de la Policía
Metropolitana, sentenciados judicialmente en un caso plagado de irregularidades
por las muertes de sólo algunos de los 19 fallecidos violentamente aquel día,
pero que ha sido suficiente para que el Presidente Chávez y su equipo hayan
cerrado la investigación del caso, aunque lo mantengan muy abierto en sus
discursos.
Lo mismo que con el paro de ese año. La paralización
de la industria petrolera se negó hasta que fue posible (“Excesivamente normal”
según decía JVR), fortalecida con videos de decenas de autobuses en el centro
de Caracas. Luego, el señalamiento de terrorismo, saboteo, golpe, sin búsqueda
de diálogo o solución del problema de fondo.
La estrategia se ha repetido más recientemente con los
problemas eléctricos, la inflación, el desabastecimiento e incluso con la
enfermedad de Chávez, que varios ministros negaron hasta horas antes de que el
propio Presidente apareciera en cámara admitiéndola, y muchos al día de hoy la
han querido dejado en el olvido, cuando se sigue sin saber exactamente qué fue
lo que ocurrió y cuál es el pronóstico médico en el corto, mediano o largo
plazo.
Por tanto, no ha sido extraño ver la misma operación
mediática y discursiva para reducir la tragedia en Falcón a cualquier cosa menos
la responsabilidad del gobierno nacional, el ministro Ramírez o la directiva de
PDVSA. Más se centran en la diatriba mediática, las declaraciones de la
oposición, o la ventilación de posibles rumores sobre agentes externos en la
causa de esta desgracia.
Calculan que con tan buenos actores y tan amplio poder
mediático la pantalla da para todo. Por eso es que “la función debe continuar”,
para que no prestemos demasiada atención al escenario trágico que se ve en
Amuay, a los errores de sus actores principales y los encargados de dirigir la
obra, y pasemos a comentar la siguiente escena, la siguiente negación, el
siguiente culpable externo y la más reciente puesta en escena.
El problema está en que el público parece
impacientarse cada vez más, y aburrirse al ver una y otra vez el mismo
espectáculo en tarima, sobre todo en estos últimos meses cuando las funciones
se suceden con tanta rapidez. Queda ver si el 7 de octubre se le renueva o no
una nueva temporada al espectáculo más largo en los últimos ochenta años de
historia venezolana.