lunes, 22 de octubre de 2012

Una ventaja insalvable



La verdad es que los opositores nos dejamos llevar por los mejores símbolos de los días previos a la elección. Había señales mixtas, algunas buenas pero muchas otras malas, y la amplísima mayoría de nosotros preferimos quedarnos con las buenas y olvidarnos del resto. Así llegamos al 7 de octubre, con la certeza de que íbamos a ganar, de que esta vez sí sería vencido en las urnas el Presidente Chávez, y la verdad es que ni se nos pasó por la mente la posibilidad de su reelección.

Casi por azar o para no “empavarlo”, la mayoría de los opositores no quisimos manejar ese escenario posible de triunfo del chavismo, y en cualquier caso, si se nos pasaba por la cabeza, era sólo en una cerradísima batalla, en la que Chávez hubiera ganado con poco más de la mitad más uno de los votos.

Ciertamente los aires esperanzadores, no infundados pero quizás sí excesivos, hicieron que la noche del 7 y el amanecer del 8 fueran mucho peor de lo que en otras ocasiones hubiéramos podido esperar, porque, si se hizo todo lo que se hizo, desde las primarias hasta el recorrido pueblo a pueblo de todo el país, ¿cómo es que la diferencia puede ser tal?

La verdad es que el triunfo de Chávez era un escenario que había que plantearse. No era ninguna locura pensarlo y no se debió reprochar o censurar a tantas encuestadoras que así lo asomaban, al menos no a las que anteriormente hemos considerado serias. Que el Presidente obtuviera más de la mitad de los apoyos era algo para lo que debíamos estar mejor preparados en la noche del 6 de octubre, teniendo en mente siempre las ventajas comunicacionales, monetarias y de coacción del gobierno.

Sin embargo, en la jornada electoral hubo un crack. Ese crack que muchos analistas y dirigentes opositores pensaban que se transformaría en una avalancha de votos para Capriles, y que sellaría su triunfo por más de un millón de ventaja, fue en verdad un crack favorable al gobierno, que mostró su poderío real, el cual sobrepasó a cualquier acción o plan opositor, con una maquinaria ilegal e inalcanzable para cualquier partido que no esté en el gobierno, y para cualquier partido de gobierno en una democracia más sana que la nuestra.

Lo que el PSUV y sus aliados movieron el 7O no fueron cientos de miles de voluntades poco convencidas que necesitaban un “remolque” para acercarse a su centro, sino cientos de miles de personas que seguramente no pensaban votar (de ahí la sorprendentemente baja abstención) o que pensaban hacerlo por el candidato opositor. De hecho, es un error decir que el 7O se movilizó el PSUV, cuando la movilización fue de toda la fuerza del Estado, esa que la Constitución le confiere para ser usada en bienestar de todos y a la cual todos contribuimos con los impuestos.

El crecimiento tan notable de la participación (casi seis puntos porcentuales entre la elección presidencial de 2006 y esta) es la clave para el triunfo abrumador del gobierno. Éste movilizó no sólo a sus militantes fieles o seguidores "light", sino también a centenares de miles de personas que habitualmente no participan o que no tenían pensado hacerlo nuevamente por la opción del chavismo. Centenares de miles de personas que están amarradas al gobierno en una relación de supervivencia, a través de las misiones (sobre todo la más reciente Gran Misión Vivienda Venezuela), a través de los refugios o desde las cárceles.

Quizás falten más testimonios para poder verificar en detalle esta situación, pero si bien el grito de fraude es una ridiculez de unos pocos que no quieren aceptar la realidad, es también ridículo pensar que vivimos en el sistema democrático más limpio del planeta, cuando la ventaja de un candidato es absolutamente inalcanzable para el otro, sea cual sea la ley que esté escrita, el dinero que éste recabe o los recorridos que haga por el país. Sólo el candidato-gobierno tiene acceso (ilegítimo) a los recursos para desplegarse por todo el país, los vehículos para movilizar, las armas para amenazar, y sobre todo la oferta de promesas (listas de espera por vivienda en mano) para coaccionar.

El resto es complementado por el sistema electoral y los discursos flotantes de la última década: miedo a que el voto no sea secreto, miedo a la captahuellas y las dudas que genera, o el hecho simple de que un candidato esté claramente en la parte alta del tarjetón y el otro claramente en la parte baja (miedo a ser visto marcando el lado que no es), e incluso los cambios a última hora que hacían nulo un voto a una persona a pesar de estar viendo su nombre y su rostro.

Esta serie de irregularidades, múltiples, diversas y claramente influyentes, puede que, sin embargo, no hayan determinado el resultado. Puede ser que sin este despliegue del chavismo el 7 de octubre el triunfo hubiera sido de todas maneras para Chávez, aunque sin duda tal accionar fue clave para que hayamos visto unos resultados tan abultados.

Los gritos de fraude son inoportunos y errados, sobre todo en la forma en que son transmitidos. Alimentan el miedo en una parte de la población que, como vemos, puede ser determinante. Fraude no fue lo que pasó en la reciente elección presidencial. A nadie le revelaron el secreto del voto, ninguna máquina volteó ningún resultado ni fueron creados dos millones de electores ficticios. Más de 8 millones de individuos acudieron a su centro electoral y marcaron la opción de Chávez. El problema radica en cuántos lo hicieron con esa voluntad, cuántos votaron por él libremente y cuántos que no pensaban acudir a su centro, fueron coaccionados a ir.

El agrado de buena parte de la ciudadanía (no necesariamente la mayoría) por el Presidente se mantiene, de eso nadie debe tener dudas. La pregunta que quedará sin respuesta es si una mayoría de venezolanos que la noche del 7 de octubre habían efectivamente votado por Chávez, pensaban hacerlo la noche anterior.

El resto es historia. La oposición está y probablemente seguirá acorralada, con la posibilidad de hacer reclamos pero sabiendo que éstos no serán remediados. Criticando en su justa medida al CNE y al sistema electoral, pero con la necesidad de seguir llamando a votar y a defender el voto, cada vez con más vehemencia para superar los cada vez más grandes obstáculos que todo el Estado coloca para mantener a un mismo grupo en el poder. No queda otra.

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