Existen muchas y muy claras diferencias entre los dos
procesos electorales presidenciales que por el resto del año mantendrán la
atención del escenario político internacional. Desde el propio sistema de
elección, a las normas que rigen la campaña, a las propuestas de los candidatos,
así como las realidades de Estados Unidos y Venezuela.
Mientras, por ejemplo, las propagandas televisivas en
nuestro país están fuertemente reguladas y controladas por las autoridades
electorales, en Estados Unidos la norma dicta que los canales de televisión
tienen prohibido no transmitir un espacio que haya sido comprado por los
comandos de los dos principales candidatos. Los medios no pueden censurar las
propagandas en televisión, sea cual sea su contenido.
Así como en Venezuela, el candidato de la oposición
intenta contrarrestar el amplísimo poder económico y mediático del presidente
en funciones, en el norte es el candidato-presidente el que solicita, casi
ruega, a sus seguidores que donen más y más dinero a su campaña, ya que su
oponente está obteniendo más recursos. En junio, Obama recaudó 72 millones de
dólares, por los más de 100 que obtuvo en donaciones el Republicano Mitt
Romney.
Como estos ejemplos, muchos más dan cuenta del
contraste entre una sociedad y otra, su cultura política y democrática. Sin
embargo, a menos de tres y cuatro meses de las jornadas electorales (7 de
octubre y 6 de noviembre), Capriles y Chávez, Obama y Romney, tienen una misión
en común: conquistar a los indecisos.
Se les puede llamar ni-ni, independientes, no
alineados, se les puede criticar por no mantener una postura firme o no estar
al tanto de lo que ocurre en su país, o más bien alabar por no ser ciegos
fervientes de una tendencia. Sea cual sea la opinión del lector, es este
pequeño grupo de ciudadanos el que decidirá estas dos elecciones. Y ese rol no
es algo novedoso.
Principalmente en democracias tan polarizadas como la
estadounidense o la venezolana, en donde dos partidos, candidatos o tendencias
dominan prácticamente todo el espectro político, se da la situación de que cada
grupo tiene en torno a un 40% del electorado a su favor. Un 40% que no se
moverá, que tras tantos años de debates, peleas y situaciones de tensión y
polarización, no va a cambiarse de lado de un momento a otro, y su voto se
quedará con su candidato, a pesar de que éste pueda no convencerlo del todo.
Tal mínimo de 40% para cada bando se ha dado en
Venezuela desde el Referéndum de 2007, y en las presidenciales de Estados Unidos
se repite desde 1976 (a excepción de 1992 cuando hubo un tercer candidato). Entonces,
la casi totalidad de las personas que se movilizan en las calles, que debaten
en los medios tradicionales o en Internet, o que mantienen intensas discusiones
políticas en su casa o en reuniones con amigos, son parte de ese 80% que tiene
su voto bastante claro. Por lo general son votantes ideológicos o partidistas,
que se identifican claramente con lo que respaldan y/o rechazan abiertamente lo
que propone el bando contrario.
Fuera de este grupo mayoritario queda el grupo
decisivo. Ese aproximado 20% que por lo general (aunque está claro que no
siempre), no sigue demasiado la política, que se enfoca en sus asuntos
personales, en su día a día y rechaza los agotadores debates partidistas.
También están ahí los que tanto en Venezuela como en Estados Unidos están
decepcionados con todas las opciones y ven que “son más de lo mismo”, y que
gane quien gane “no va a cambiar nada”.
Ese grupo, tan torpemente criticado por algunos
fervientes opositores en Venezuela que a través de Twitter dicen “con todo lo
que ha pasado ¿cómo puede haber indecisos?”, es al que los candidatos están
intentando conquistar. Son ellos los que de alguna manera necesitan todos estos
meses de campaña, de eslóganes, de pancartas y de recorridos para convencerse,
primero de ir a votar, y segundo de votar por el candidato que intenta
ganárselos.
Por eso es que el ni-ni no puede ser el foco del
rechazo y la rabia de chavistas u opositores ni de demócratas o republicanos,
sino el público clave a conquistar. Porque, como dijo un reconocido comediante
televisivo de Estados Unidos, serán esas personas que luego de una larga cola
para pedir comida llegan frente a la caja y todavía no saben qué ordenar, las
que decidirán el futuro de 28 millones de venezolanos y 310 millones de
estadounidenses.
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